Seguimos con tres nominadas más de la lista que optan a la estatuilla dorada esta noche:
“El lobo de Wall Street” (Martin Scorsese, 2013):
Basada en la historia real del corredor de bolsa neoyorquino Jordan Belfort. A mediados de los años ochenta, Belfort (Leonardo DiCaprio) era un joven honrado que perseguía el sueño americano, pero pronto en la agencia de valores aprendió que lo más importante no era hacer ganar a sus clientes, sino ser ambicioso y conseguir una buena comisión. Su enorme éxito y fortuna cuando tenía poco más de veinte años como fundador de una agencia bursátil le valió el mote de “El lobo de Wall Street”. Dinero. Poder. Mujeres. Drogas. Las tentaciones abundaban y el temor a la ley era irrelevante. Jordan y su manada de lobos consideraban que la discreción era una cualidad anticuada; nunca se conformaban con lo que tenían.
Estamos sin duda ante el regreso por todo lo alto del mejor Scorsese de los años de “Uno de los nuestros” y “Casino” en un film de lo más salvaje, vibrante y radical con sexo, drogas y pasta a raudales. Un retrato sobre la avaricia y el exceso (a todos los niveles) delirante y sin tapujos que hará las delicias de los fans más acérrimos del cineasta italoamericano. Leonardo DiCaprio ofrece un absoluto recital de registros encarnando a Jordan Belfort (desde su ascenso hasta su caída) y ya va siendo hora de que este excepcional actor -el mejor de su generación- sea reconocido con el oscar. Aquellos que acusan a DiCaprio de sobreactuación, quizás deberían recordar que su personaje anda con droga hasta las cejas, por tanto, están totalmente justificados esos momentos de desfase e hiperactividad.
El resto del reparto también están estupendos, sobre todo Jonah Hill (un actor que vengo reivindicando desde “Superbad” y que aquí recoge el testigo del gran Joe Pesci), Margot Robbie (que recuerda a la Sharon Stone de “Casino”, salvando las distancias) y Matthew McConaughey en un breve pero esencial papel gracias al cual inunda la pantalla con su carisma y de paso eclipsa al resto. Mención especial también para el brillante guión adaptado, el montaje adrenalítico (totalmente justificado) y esa selección musical de chapeau. Pocos cineastas en la actualidad poseen un dominio visual y narrativo tan extraordinario como el amigo Marty. Una obra maestra dotada de un sentido del ritmo impresionante, que seguramente no será premiada (de forma injusta) por los académicos puritanos que gobiernan Hollywood. Espero equivocarme.
“Capitán Phillips” (Paul Greengrass, 2013):
En el año 2009, en aguas internacionales cercanas a Somalia, el buque carguero “Maersk Alabama”, al mando del capitán de la marina mercante estadounidense, Richard Phillips (Tom Hanks), fue retenido por piratas somalíes, siendo el primer barco norteamericano secuestrado en doscientos años. Un emocionante thriller y un complejo retrato de los efectos que trae consigo la globalización. El film se centra en la relación que se establece entre el oficial al mando del Alabama y el jefe de la banda africana, Muse. Enfrentados entre ellos en un choque de fuerzas irreversible frente a las costas de Somalia, ambos hombres se hallarán a merced de fuerzas que escapan de su control.
Tras un breve prólogo perfectamente prescindible (aunque también sirve para dejar constancia de cómo han cambiado los tiempos: mientras en la generación de Phillips, sin tanta formación, era exponencialmente más fácil -o al menos posible- conseguir un buen trabajo y ascender, en la de su hijo (aún con títulos y másters) hay que luchar una barbaridad para lograr algo mínimamente potable) que sirve para presentar al personaje de Tom Hanks, Paul Greengrass nos mete de lleno en la historia de un secuestro. Y, como en esa obra maestra llamada “United 93”, lo hace apostando por el docudrama y analizando la situación desde diferentes puntos de vista: tanto desde el carguero norteamericano Maersk Alabama como desde el grupo de piratas somalíes.
Seamos francos, la historia de “Capitán Phillips” no inventa nada, ha sido mil veces vista en el cine pero con otros protagonistas y diferentes latitudes. Lo interesante de esta propuesta ya no es sólo lo que cuenta (un secuestro), sino cómo lo cuenta. El vibrante ritmo que le imprime a la cinta el cineasta británico unido a unas colosales y descarnadas interpretaciones de Tom Hanks y Barkhad Abdi (Muse, el líder de los villanos) convierten a un producto que podría ser un thriller más, en una experiencia de lo más angustiante.
Para un servidor, la película tiene dos claras partes bien diferenciadas. Toda la primera hora en la que se nos narra el ataque somalí y el posterior secuestro en el buque de carga, y la segunda parte que va desde el momento en el que Hanks entra dentro del bote salvavidas acorazado hasta el desenlace final. Toda esa fase inicial es una auténtica obra maestra de planificación, brío cinematográfico, montaje y ritmo que recuerda los mejores tiempos de Greengrass en films como la saga Bourne o su maravillosa cinta sobre los atentados del 11 de Septiembre. Luego la cosa decae un poco, baja el ritmo de forma considerable y se vuelve algo reiterativa hasta desembocar en ese horroroso e innecesario epílogo para mayor lucimiento de Tom Hanks. Un final que rompe con el equilibrio emocional que había gozado el resto de la película y apuesta por una (moderada) manipulación gratuita, aunque hay que reconocer la excelente labor del actor estadounidense encarnando a un personaje cotidiano sí, pero no por ello exento de matices.
Un emocionante thriller que recoge el testigo del mejor Oliver Stone de antaño, dotado de un ritmo trepidante que agarra al espectador para no soltarlo durante sus 135 minutos, con unas actuaciones convincentes y que supone un complejo retrato de los efectos que trae consigo la globalización.
“Dallas Buyers Club” (Jean-Marc Vallée, 2013):
Basada en la vida real de Ron Woodroof, un cowboy de rodeo texano, drogadicto y mujeriego, al que en 1986 le diagnosticaron Sida y le pronosticaron un mes de vida. Empezó entonces a tomar AZT, el único medicamento disponible en aquella época para luchar contra tan terrible enfermedad.
Tras las (más o menos) aclamadas “C.R.A.Z.Y.” (2005) y “Café de Flore” (2011), la primera bastante menos pretenciosa que la segunda, el cineasta canadiense Jean-Marc Vallée dio el salto al cine USA con un film que aunque esté bien realizado y no caiga en sentimentalismos baratos, posee una historia digna de telefilm de Antena 3. Su guión desde luego no da para 117 minutos y debido a ello encontramos situaciones demasiado alargadas / reiterativas y personajes tremendamente desdibujados (como el de la enfermera interpretada por Jennifer Garner, que no hay quien se lo crea, o el médico jefe que más que un personaje definido parece una caricatura).
Algo que resulta curioso de esta propuesta (sabiendo que Vallée es un fanático acérrimo) es la ausencia casi absoluta de música durante todo el metraje en comparación con la omnipresencia que gozaba tanto en “C.R.A.Z.Y.” como en “Café de Flore“. Pero creo que ese es uno de los aciertos del film, no interferir en exceso (a nivel musical) sobre lo que se nos narra en pantalla. Pero a la vez es un arma de doble filo. Por un lado no manipulas en exceso al espectador pero si te pasas, si apuestas por algo tremendamente frío, corres el riesgo de caer en la vacuidad emocional. Ahí está justamente el talento, saber emocionar lo justo de forma inteligente. Y creo que “Dallas Buyers Club” (independientemente de si utiliza bien o no la música) es un film que se olvida pronto, por tanto, no deja demasiada huella en el espectador.
El otro acierto de la cinta son las dos actuaciones principales: Matthew McConaughey ofrece un trabajo exquisito lleno de dolor, impotencia, hostilidad, valor, generosidad y calidez humana. Un actor que desde “Killer Joe” (William Friedkin, 2011) está a un nivel superior del resto y ha sido capaz de transformarse pasando del guaperas habitual en comedias de acción a actor de culto. Como he dicho anteriormente, McConaughey está impecable en “Dallas Buyers Club“, de hecho parte como favorito en las apuestas, pero creo que el monumental trabajo de Leonardo DiCaprio en “El lobo de Wall Street” debería ser premiado esta noche. Sin desmerecer el trabajo del actor tejano, me parece mucho más completo y complejo el personaje del broker agresivo. De todas formas, doy por hecho que el año que viene McConaughey va a ganar el globo de oro por esa joya llamada “True Detective“. Tanto Matthew como Leo son dos monstruos de la actuación. Los dos mejores actores de su generación. Ambos acabarán con algún que otro oscar, tarde o temprano.
El otro actor que está fenomenal en “Dallas Buyers Club” es Jared Leto (el cual ya lo hizo muy bien en “Requiem por un sueño” (Darren Aronofsky, 2000) y en la reivindicable “Las vidas posibles de Mr. Nobody” (Jaco Van Dormael, 2009) ), quien construye un personaje dulce y frágil a partes iguales cuyo destino acabará ligado al de Woodroof. Como McConaughey, Leto se metió en el papel incluso en el plano físico. Ambos adelgazaron hasta el límite para tener un aspecto enfermizo creíble.
Un drama pasable, bastante sobrevalorado por ciertos sectores, repleto de tópicos y carente de alma, que cuenta con unas interpretaciones sensacionales del dúo protagonista y una factura decente. Poco más.