Sidney Presscott, dos años después de los asesinatos de Woodsboro, California, vive feliz con sus amigos en el Campus de la Universidad de Windsor. El curso toca ya a su fin. Pero el día en que se estrena una película basada en la novela de la periodista Gala Weathers sobre los crímenes de Woodsboro, alguien es asesinado en el cine del campus.
Uno de los elementos que más me entusiasman de la saga “Scream″ es el recurrente uso del metalenguaje cinematográfico -llevado al extremo en la tercera y cuarta parte-, las (auto)referencias y su capacidad para reírse sanamente de sí misma y de todas esas reglas (algunas realmente ridículas, reconozcámoslo) dentro del género de terror, en concreto del slasher. En la primera y reinvidindable secuela, Wes Craven arranca la acción poniendo en el asador los típicos chiclés raciales pero dentro de un contexto diferente y bajo un marco total de metacine. Personajes convertidos en espectadores que ven una adaptación de un “hecho real” basado en lo que nosotros vimos en la cinta original. Una masacre banalizada hasta el extremo (aquello que decía Woody Allen de tragedia + tiempo) y convertida en espectáculo pirotécnico de palomitas y disfraces de ghostface. Un slasher delirante que va más allá y se adentra en el terreno de la autoreferencia/autoparodia usando la tecnología y los diferentes medios audiovisuales para presentar un crimen sonado en medio del más absoluto caos festivalero. El asesino convertido en ídolo de masas.
Os dejo con la escena inicial en HD y VOSE. Craven no deja títere con cabeza en esta secuela sobre secuelas. Puyitas por doquier, señores. Espero que la disfrutéis.