Una carrera en coche entre dos pandillas de jóvenes tiene como consecuencia un trágico accidente. Uno de los automóviles se precipita al mar desde un puente. Cuando las tres chicas integrantes del auto siniestrado se daban por muertas sale a la superficie, totalmente indemne, Mary Henry, que no recuerda lo que había pasado. Mary continúa su vida con normalidad mudándose a Utah dónde le ofrecen un trabajo como organista de iglesia. El viaje de ida deja claro que ya nada volverá a ser como antes del accidente, un siniestro individuo de pálido rostro se le aparece en mitad de la desierta carretera en dos ocasiones para desaparecer al instante. Una vez hospedada, Mary se obsesiona con un viejo pabellón abandonado que considera el origen de las extrañas apariciones de las que es víctima. La soledad en la que vive (únicamente tiene relación con la casera, el sacerdote de la iglesia y un paleto que la ronda sin descanso) junto con las continuas presencias que le acechan la sumergen en un estado de nerviosismo que le lleva a tomar la decisión de escapar cuanto antes de allí.
Pocas veces se ha visto en pantalla un film de atmosfera tan conseguida con tan pocos medios. No es nada nuevo si digo que “Carnival of souls” es toda una intrigante y magnífica obra maestra de la serie B, en donde el “como” tiene mucha más fuerza e importancia que el “que”, siendo verdaderamente imaginativa la forma y la visión de su director Herk Harvey en narrarnos esta historia de fantasmas.
El film fue injustamente olvidado y pasó sin pena ni gloria durante su época de estreno, pero el boca-oreja, los ciclos cinéfilos de madrugada en las televisiones y, porque no decirlo, los frikis ansiosos de cinefagia curiosa, la han puesto en el lugar que le corresponde.
Disfrutar de esos parques desolados, de esa música inquietante (incluso pone nervioso e irrita, consiguiendo lo que busca en el espectador), de esos planos tan elaborados y de una maestría asombrosa en la forma de rodar tan libre y fluída característica de la serie B yanqui, que luego se adjudicarían los amigos gabachos de la nouvelle vague, no tiene precio. El encuandre es perfecto en cada plano, los cuales tienen una economía formidable, no hay planos en balde, es justo lo necesario y usado con criterio.
La influencia de este tipo de cine abarca directores de la talla de David Lynch e incluso George A. Romero, en cuya “La noche de los muertos vivientes” se pueden ver más de una referencia a “Carnival of souls” de Harvey.
El film está repleto de escenas surreales, fantasmagóricas, tenebrosas, inquietantes y a la postre brutalmente fascinantes, que en algunas ocasiones pueden llegar recordar a otras obras tan monumentales como “Vampyr” de Dreyer (salvando las distancias). Gran parte de culpa de que la atmosfera sea tan conseguida, es debido al magnífico trabajo fotográfico en B/N, un juego de luces, sombras y contrastes verdaderamente espectacular.
Una extraña en el mundo de los vivos, una extraña en el mundo de los muertos. Pocas veces se han unido tan bien ambos mundos. Qué más se puede decir de esta obra maestra de la serie B americana!, disfrutar de la escena.