“Los psicópatas sólo temen una cosa: a otros psicópatas“.
Una serie de brutales asesinatos provocan la inestabilidad en un pueblo alejado de la metrópoli. Estos duros acontecimientos provocarán que la vida de tres hombres quede entrelazada entre sí para siempre. El padre de la primera víctima cuya sed de venganza es insostenible viendo la ineficacia policial a la hora de resolver el caso, un policía que para solventar un conflicto decide actuar al margen de la ley y un profesor de religión, presunto culpable de los asesinatos debido a su relación directa con las víctimas y finalmente liberado debido a una negligencia policial.
En 2010 los cineastas israelíes Aharon Keshales y Navot Papushado debutaban en el largometraje con ‘Rabies’ (2010), un thriller de lo más curioso que narraba la historia de dos hermanos veinteañeros enamorados que al destapar su oscuro secreto, deciden escaparse de casa. Su refugio temporal será una reserva natural desierta. Sin embargo, lejos de encontrar la paz deseada, una de las protagonistas cae en una trampa de oso tendida por un psicópata que actúa por la zona, lo que obliga a su hermano a una carrera contrarreloj para rescatarla. Mientras tanto, un guarda forestal y su viejo perro, dos policías apáticos, cuatro jugadores de tenis y un asesino vagan despreocupadamente hasta que sus destinos quedarán entrecruzados. Está claro que su ópera prima no es ni mucho menos un film perfecto, incluso puede resultar algo torpe a la hora de utilizar el montaje en paralelo, pero sí que sirve para marcar las bases en las que juega el cine de la pareja de realitzadores israelí. Situaciones voluntariamente absurdas (apostando siempre por el humor negro que contrasta a la perfección con la violencia más extrema), personajes desquiciados que acaban mutando en los monstruos de los que huyen, escenas de un nivel estético exquisito, cazadores cazados y una desconfianza generalizada en el sistema policial.
Todos esos apuntes mostrados en su debut, quedan pulidos y notablemente perfeccionados en su segundo film: ‘Big bad wolves’, una historia de venganza que flirtea con el torture porn (sin llegar a los excesos del cine de Eli Roth o de la saga ‘Saw’) y cuyas mayores virtudes radican en cómo conjuga hábilmente diferentes géneros dentro de una misma propuesta (algo que personalmente me recuerda a algunas cintas de género coreanas como ‘Memories of murder’ (2003) o ‘The host’ (2006), ambas de Bong Joon-Ho) y en su particular manera de inyectar humor ácido a una situación de tensión (perfecto desdramatizador del gore) como lo harían por ejemplo Sam Raimi, Quentin Tarantino, John Landis, el Peter Jackson de los inicios o Takeshi Kitano.
La película arranca poderosamente. Su prólogo de cuatro minutos donde vemos a unas niñas jugando en una casa en mitad del bosque hasta llegar a ese plano detalle del zapato rojo dentro del armario -ya sin su propietaria, supuestamente escondida allí-, me conquistó por completo. Estilizados ralentís, perfecta comunión audiovisual, puesta en escena controlada al milímetro y en el fondo un aperitivo en forma de fábula con cierto regusto sórdido de lo que vamos a ver a continuación: niñas desaparecidas que caen en manos de un psicópata. Se nos presentan tres personajes principales: Un profesor de religión que ha sido expulsado temporalmente del colegio debido a la fuerte presión de los padres de sus alumnos, ya que es el principal sospechoso de haber secuestrado y asesinado a varias niñas. La escena en la que observa esos exámenes repletos de mensajes contra él y sus presuntas prácticas delictivas, facilita que acepte de buen grado esa pausa profesional obligada por unas circunstancias difícilmente sostenibles; Un detective de policía temperamental familiarizado en eso de tomarse la justicia por su cuenta (saltándose todo tipo de protocolos) que es apartado del cuerpo tras filtrarse en internet un vídeo en el que propina una brutal paliza al presunto culpable con el objetivo de extraerle una información vital para el caso; y por último, como tercer elemento en este triángulo de almas atormentadas, tenemos la figura del padre de la primera víctima. Un hombre de tendencia no menos psicótica que el pedófilo al que persigue, cegado por la venganza, obsesionado por descubrir la verdad y que disfruta de cada grito o gota de sangre derramada por su enemigo. Tres personajes al margen de la ley, siempre al límite, fascinados por la violencia más extrema en cada una de sus múltiples caras (venganza paterna, abuso de la autoridad policial y pedofilia con asesinato).
Mientras el padre ansía secuestrar al supuesto asesino para arrastrarle al sótano de su periférica casa y torturarle a gusto con el fin de saber dónde ha escondido la cabeza de su hija, el policía hará todo lo posible para limpiar su imagen (tanto dentro del departamento como a nivel público) y resolver un caso lastrado por la ineficacia. Ambos vigilarán y expiarán durante un tiempo al sospechoso, uno para tejer una venganza de lo más chunga (al estilo de las películas del subgénero rape & revenge) y el otro para seguir sus movimientos y pillarlo in fraganti.
La primera mitad de la película está cocinada a fuego lento. Incluso a más de uno le puede parecer que posee un ritmo demasiado pausado, pero algo se va tejiendo poco a poco en el subsuelo. Se dan cita escenas tan sórdidas como la de la niña soplando las velas mientras el asesino la observa excitado o algunas tan absurdas -pero que destilan un mal rollismo importante- como la de la vendedora de casas gritando sola en el sótano mientras el padre de la niña asesinada valora el aislamiento acústico desde el piso de arriba. La segunda parte es más turbia a la par que perversa. Aharon Keshales y Navot Papushado arrastran al espectador a ese polvoriento lugar lleno de ira y rencor (seremos testigos de la venganza que tiene preparada el personaje de Tzachi Grad y de cómo someterá al responsable de la muerte de su hija a una tortura equivalente a la sufrida por las víctimas de éste) combinando escenas retorcidas que van desde la extracción de uñas de los pies con alicates, dedos de la mano rotos a martillazos, quemaduras en el pecho con soplete y hasta cortes en la yugular con sierras oxidadas (eso sí, casi nunca recreándose salvo algún momento puntual) con instantes de humor grotesto, extremadamente cruel y afilado, que aún así consiguen sacar más de una carcajada al espectador. Algo ya visto en su anterior obra, la marciana ‘Rabies’, por ejemplo en esa escena en donde uno de los policías abusones está muriéndose tras recibir sendos balazos y atiende a su madre por teléfono mientras es enterrado vivo o la memorable secuencia final en la que el protagonista cubierto de sangre indica a una peculiar familia de domingueros (que lo ven desde la más absoluta normalidad) hacia donde es la salida del bosque.
Como en su ópera prima, aquí de nuevo nos encontramos aquello de monstruos que engendran monstruos. Mientras que en su debut había un psicokiller que era cazado por sus (a priori) víctimas, aquí tenemos una situación similar. La enfermiza mente del padre protagonista -aunque sus acciones estén alimentadas por una lógica aunque inadmisible sed de venganza-, no difiere tanto de la del pedófilo que abusa de niñas o del polícia que ve con buenos ojos usar la violencia como vehículo para conseguir sus objetivos. En los tres casos, poseen la creencia de que el fin justifica los medios, sea como sea. Vulnere la ley o no. Todos son lobos que deambulan por un bosque frondoso y oscuro sin reglas, como metáfora de una interpretación perversa del universo de los cuentos infantiles. Y es que ‘Big bad wolves’ es un retrato sobre la truculencia humana en sus más aberrantes variaciones que analiza la ética de la justicia desde diferentes puntos de vista. Incluso queda constatado en la gran sorpresa del film: SPOILER la mutación radical de un abuelo que muestra su psicopatía redimida, transformado finalmente en el lobo más cruel y retorcido de todo el bosque FIN SPOILER. Aquí el lobo se merienda a Caperucita pero los cazadores no van a salvarla, sino a comerse a ese lobo para saciar su sed de venganza, su primitivismo enraizado, su propia violencia interna. Una truculenta espiral de dimensiones exponenciales en donde “justicia” se escribe con sangre.
En definitiva, ‘Big bad wolves’ es una entretenidísima historia de venganza que flirtea con el torture porn tan de moda hoy en día y cuyas mayores virtudes radican en cómo conjuga hábilmente diferentes géneros dentro de una misma propuesta (algo que personalmente me recuerda a algunas cintas de género asiáticas) y en su particular manera de inyectar humor ácido -con momentos de puro costumbrismo que funcionan como perfecto desdramatizador del gore- a una situación de suspense.
LO MEJOR: Su malsana atmósfera. Su exquisita factura. Los primeros cuatro minutos, que son directamente una de las mejores escenas del 2013. El contraste creado entre violencia extrema y humor negro (inolvidable la retorcidísima a la par que cachonda escena repostera al ritmo de “Everyday” de Buddy Holly). Su moraleja macabra comparando la historia con los cuentos infantiles. El modus operandi del (a priori) sensato abuelo. Cómo genera tensión a través de la dilatación de una situación incómoda (algo muy característico del cine de Tarantino entre otros). Su reflexión radical acerca de la desprotección legal de las víctimas y de ciertos vacíos que claman el cielo, rellenados a base de martillazos.
LO PEOR: Algún momento de la primera mitad algo falto de ritmo. Que cierto público con estómago sensible critique a la película únicamente por su violencia sin mirar más allá. El último plano sigue sin convencerme mucho, puesto que no deja de ser un subrayado innecesario -o un giro forzado, depende de como se mire-, que no resulta imprescindible para el espectador (esa manía por dejar las historias totalmente cerradas).
Título original: Big Bad Wolves. |
Año: 2013. |
Duración: 110 min. |
País: Israel. |
Dirección y guión: Aharon Keshales, Navot Papushado. |
Música: Haim Frank Ilfman. |
Fotografía: Giora Bejach. |
Reparto: Lior Ashkenazi, Tzachi Grad, Rotem Keinan, Dov Glickman, Menashe Noy, Dvir Benedek. |
Productora: United Channel Movies. |
Trailer HD 1080p: |
Pues me daba un poco de pereza, la verdad y más si Tarantino la vende de semejante forma (tengo atravesado al muchacho, qué le vamos a hacer), pero con una reseña tan entusiaste, es difícil resistirse. Ya te contaré.
Hola Tarquin,
La película no es ni mucho menos perfecta, que conste, pero sí tiene cosas lo suficientemente interesantes como para recomendar su visionado. Espero que la disfrutes.
Un saludo!!