Independientemente del vapuleo un tanto injusto recibido por parte de muchos críticos y espectadores, la última película del rey Midas hollywoodiense es una absoluta joya a nivel visual, de eso no cabe duda. Animación de primer orden y magistral la manera en que Spielberg mueve la cámara y la libertad que ésta proporciona a la acción. Ya no hablemos del uso del 3D, que resulta memorable.
“Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio” (planteada como si fuera voluptuoso cómic strip) contiene ese espíritu añejo de la aventura y la acción muy a lo Indiana Jones en un perfecto ejercicio de dinamismo visual (la cámara no para de moverse, constantemente cambiamos de localización y el oscarizable montaje de Michael Kahn emula a las viñetas de Hergé).
Pero el protagonista absoluto de esta brillante pieza de animación no es el tipo del tupé o el borrachuzo del capitán Haddock sino el plano secuencia y como éste nos sumerge literalmente en la historia mediante unas transiciones imposibles que ponen a prueba la capacidad de la informática para imitar la realidad (siempre con un tono pulp y escatalógico claro).
El momento álgido de la cinta en este aspecto se da durante la persecución por el pueblo magrebí en un espectacular e imposible plano secuencia de tres minutos de duración. Por cierto, no os asustéis si véis como a Milú le llaman Snowy, es su nombre anglosajón (sic). Disfrutarlo porque secuencias así no se ven todos los días.