En una Canadá ficticia, se aprueba una ley que permite que los padres incapaces de controlar a sus hijos problemáticos les internen en un centro especial. Sin embargo, Diane “Die” Despres, una madre viuda con carácter, decide educar ella misma a su hijo adolescente Steve, que padece ADHD y que puede llegar a resultar violento. Kyla, la vecina de enfrente de su casa, le ofrece su ayuda a Die. La relación entre los tres se hará cada vez más estrecha, surgiendo preguntas sobre el misterio de su vida.
A lo largo de cinco intensos minutos y al son de la elegante partitura de Ludovico Einaudi, Dolan abandona el claustrofóbico formato 1:1 para abrirlo hasta el 1.85:1, llenando la pantalla e invitando al espectador a ser testigo del mundo soñado por una madre desesperada. Mientras vemos todas esas imágenes y momentos que jamás tendrán lugar, escuchamos las eternas discusiones familiares, los gritos, los insultos, la derrota, el dolor más absoluto por un futuro tan incierto como devastador. Soñar despiertos antes de la tormenta. Inocente optimismo al borde del precipicio. El amor de una madre hacia un hijo sin futuro. Una realidad desenfocada y lejana.
Un ejemplo de cómo usar el formato cinematográfico a nivel narrativo (primero abriendo a ese onírico lugar donde reside la esperanza para luego regresar al encorsetado aspect ratio 1:1 gobernado por la cruda realidad). Un ejercicio de estilo formidable. Una escena que vale oro. Disfruten.