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Crítica: “La mitad de Óscar” (Manuel Martín Cuenca, 2010)

moscar_posterEspectros incompletos:

La carencia te da la libertad” (Manuel Martín Cuenca)

Óscar (Rodrigo Sáenz de Heredia) es guardia de seguridad en una salina. Tiene treinta años, está solo y su vida no pude ser más gris y monótona. Cada día, cuando termina su turno, vuelve a casa y lo primero que hace es mirar el buzón, pero nunca llega la carta que espera.

Un día la rutina se rompe: Óscar va a la residencia de ancianos donde vive su abuelo, enfermo de Alzheimer, y resulta que ha sido trasladado al hospital. Cuando la directora le anuncia que han avisado a su hermana María (Verónica Echegui), se queda petrificado porque hace dos años que no sabe nada de ella y ni siquiera sabía que en la residencia tenían su teléfono.

Dos días después ella aparece en Almería. Viene acompañada de su novio, Jean, un francés del que jamás había oído hablar Óscar. La relación entre los dos hermanos parece tensa, algo ocurrió en el pasado que los ha marcado definitivamente. María pretende pasar página, pero él no está dispuesto a ello.

Antes de empezar con la crítica, me gustaría agradecer a Filmin que tras un proceso de selección laboral han tenido el detalle con los no contratados de regalarnos un código de visionado gratuito. Decir que a parte de su amabilidad, de contestar (muchas empresas han olvidado ya el respeto al candidato) y de su atención, la calidad de video y audio vía streaming ha sido realmente muy buena.

Tras las excelentes “La flaqueza del Bolchevique” (2003) y “Malas temporadas” (2005), Manuel Martín Cuenca consigue en su tercera obra de ficción alcanzar la plenitud absoluta como artista ofreciendo un producto sutil hasta el extremo y en donde no hay cabida para la retórica. El cineasta almeriense apuesta por un cine poco accesible, exigente con el espectador y profundamente visual.

Despojada de cualquier tipo de exceso o artificio, “La mitad de Óscar” es una obra puramente bressoniana, por su tono sobrio y minimalista y por unos personajes que siempre se muestran contenidos a la hora de expresar sus sentimientos, evitando dar muestras explícitas de su desolada existencia. Pero a la vez, encontramos muchas conexiones con el universo de Michelangelo Antonioni en lo referente al uso del espacio como un personaje más (el cual posee cierto aire extrañamente apocalíptico y que respresenta el estado de ánimo de los protagonistas) o a la omnipresente incomunicación.

Martín Cuenca divide este ejercicio de suprema contención en una estructura triangular en forma de episodios: La sal, Óscar y María. La primera parte nos introduce a su manera el entorno en el que se mueve personaje principal y mediante otro personaje se nos describe de alguna forma a Óscar (al menos su estado), luego pasa a centrarse más en él y posteriormente irrumpe Maria y se resuelve el misterio. “La mitad de Óscar” es una obra sobre la ausencia, sobre intrusos en un terreno lleno de tabús, sobre paisajes que se pronuncian mediante el silencio y que reflejan estados de ánimo, sobre miradas y sombras que dicen más que las palabras y sobre la búsqueda insistente del afecto ajeno como motor de la vida.

Apenas hay frases, la música es inexistente y únicamente nos envuelve el sonido de la naturaleza (el mar, el viento,..), y todo ello para potenciar ese estado fantasmagórico en el que se encuentran los personajes y para dejar constancia del sonido mudo que define a la ausencia y al vacío. Incluso las localizaciones en el Cabo de Gata -unido a un magnífico trabajo de fotografía- resultan idóneas para contar esta historia de desamparo y soledad, evitando en todo momento el lado turístico que posee la zona. Esas imágenes de los protagonistas -como si de espectros inconexos se tratase- entre las rocas y con el mar de telón de fondo perdiéndose física y mentalmente y fusionándose con el entorno, evocan a cintas como “La aventura” (1960) de Antonioni.

Es una película paradójicamente sobre la búsqueda de la comunicación (aunque partiendo de la incomunicación), sobre la falta de cariño, sobre sentimientos silenciados por personajes casi herméticos, sobre lugares abruptos y crepusculares, sobre pasiones prohibidas, sobre el peso de la culpa y la urgencia de amar y ser amado. Cine que poco a poco se va desgranando hasta ofrecer todas sus cartas, siempre desde la contención y diciendo mucho con sólo lo indispensable.

Es verdaderamente meritorio sacar adelante una producción enmarcada dentro del llamado poscine español, en donde lo (justificadamente) contemplativo y la fuerza visual ganan a la narración convencional. Los personajes se muestran inexpresivos a petición del cineasta (como Robert Bresson hacía con sus “modelos”) apostando muchas veces por la improvisación. Claramente Jean (Denis Eyriey), el novio de María, representa la mirada del espectador, ya que nosotros como él, vamos descubriendo el misterio existente entre los dos hermanos. Mientras Jean tiene la barrera idiomática (sólo habla francés, no entiende nada el castellano), los espectadores tienen que leer entre líneas para discernir ciertas cosas que no se cuentan aunque se pueden llegar a intuir. Aún así, no creo que la voluntad de la cinta sea ocultar información al espectador, más bien destaca por como la muestra y el tiempo que dedica a mostrarla. Además, su ajustado metraje -a sabiendas del cine exigente que representa- es todo un acierto.

Hay tres escenas que destacaría por encima de todas. La primera sería el encuentro entre Óscar y un taxista interpretado de forma espléndida por Antonio De La Torre. Dicho personaje es sin duda el que más habla de toda la historia pero también es el que menos dice, además del que más (voluntariamente) desentona. El citado taxista parece haber salido de cualquier comedia española al uso con chistes fáciles e historias de infidelidades de lo más chusquero y ahí es donde Manuel Martín Cuenca se posiciona y nos hace toda una declaración de intenciones. “La mitad de Óscar” no pertenece ni quiere pertenecer a un cine abundante en diálogos pero de nulo contenido, más bien se enmarca en otro que confía en el poder visual, en el respeto al espectador y en un destacable uso de la elipsis. Evidentemente ante la marabunta de palabras que suelta el taxista, el taciturno protagonista lo manda callar tajantemente pero lo que parece no entender es que dicho personaje únicamente buscaba compañía y en cierta parte afecto y atención.

Otra escena a resaltar de la cinta es (a parte de esos paseos por la costa y la potencia visual y metafórica de los paisajes) es aquella en donde Óscar, solo en su casa, reproduce una y otra vez el mensaje guardado por su hermana María en el contestador del teléfono. Una escena que representa perfectamente la nostalgia, el afecto perdido o el poder negativo del desamor. Pero quizás la secuencia que más le ha gustado a un servidor sea la más criticada por algunos. Es cierto que es más explícita que el resto de la cinta, pero no por ello menos interesante ni menos contenida en sus formas. Me estoy refiriendo al fantástico y larguísimo plano secuencia del último encuentro (o desenlace del reencuentro) entre los dos protagonistas, con un uso de luz verdaderamente magistral por parte del director de fotografía cubano Rafael de la Uz, filmado todo a contraluz.

En dicha secuencia uno de los personajes entra y abandona el plano repetidas veces, como intentando reflotar algo a priori caduco pero que ha marcado claramente sus vidas. Esa forma de vaciar los planos, de mostrar visualmente la desolación y la fragmentación del alma y el corazón del personaje principal integrado dentro de ese espacio crepuscular, hacen que un servidor considere a esta magistral secuencia como una de las grandes dentro del cine español del año pasado.

El peso del desamor recae sobre estos espectros ambulantes y casi silentes cuyas existencias resultan tan incompletas como desoladoras. Una verdadera joya llena de riesgo, complejidad y diversas lecturas, dotada de una factura técnica impecable y no apta para espectadores impacientes o deseosos de cine masticado. Minimalismo y sobriedad despojada de cualquier exceso.



Título original: La mitad de Óscar.
Año: 2010.
Duración: 89 min.
País: España.
Director: Manuel Martín Cuenca.
Guión: Manuel Martín Cuenca y Alejandro Hernández.
Música: –
Fotografía: Rafael de la Uz.
Reparto: Rodrigo Sáenz de Heredia, Verónica Echegui, Denis Eyriey, Manuel Martínez Roca y Antonio de la Torre.
Productora: Coproducción España-Cuba; 14 Pies / ICAIC.
Trailer:

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Xavi Darko

Hastiado de los klingons y trolls que proliferaban en mi escuela secundaria, acabé mudándome a Tatooine, un lugar libre de trekkies en donde a pesar de los cansinos Tusken, abundaba el buen tiempo, el mercadeo y las carreras de vainas. La paz y la tranquilidad reinaban hasta que un buen día quedaron quebrantadas por la irrupción de un tipo peculiar cuyo perfil se ajustaba al de los tifosi radicales del AC Milan. Se hacía llamar Darth Maul y entre hostia y hostia me rebeló que era mi padre. Como buen desertor sith, decidí migrar a un planeta verde y fértil llamado Endor del cual fui posteriormente desterrado debido al incendio masivo de cabañas de unos cada día más insoportables ewoks. Sin ganas de más mamoneo intergaláctico, decidí volver al mundo real y escribir sobre cine, tanto del que adoro como del que aborrezco. Cuando me jubile espero vivir en Hill Valley y escribir críticas positivas de las cintas de Uwe Boll.

2 Comentarios

  1. Miguel dice:

    Buena reseña. A mi la peli me pareció bastante lenta aunque con detalles de buen cine. ¿Se estrenó solo en cuatro salas no?

    saludos

  2. Hola Miguel,

    Gracias! Como digo más arriba, no creo que sea una pelicula para todos los públicos pero merece la pena tener paciencia. Como bien dices, tiene cosas muy interesantes y bueno, una fotografía espectacular entre otras cosas.

    En bcn al menos se estrenó en 2 o 3 cines, poquitas copias vamos. Yo la he visto por filmin, en cines no pude verla porque además duró muy poco en cartel. Creo que en dos semanas sale en dvd por si te interesa.

    Para los que no la hayan visto, les dejo el trailer:

    Saludos!

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