Para aquellos que disfrutamos del buen cine sobre relaciones y sentimientos de pareja o amistad, sobre juventud y deseos, sobre alegrías y crisis, sobre el amor y el desamor, ayer falleció uno de nuestros padres cinematográficos, el como muchos llamamos, Woody Allen francés: el gran Maurice Schérer (conocido artísticamente como Éric Rohmer).
Si existe un cineasta que jamás traicionó al espíritu de la Nouvelle Vague, es decir, hacer cine sobre la cotidinidad sin mayores recuersos de los necesarios, ese es Éric Rohmer. Aunque en sus obras más modernas optara por el clacisismo, el cineasta francés siempre apostó por historias que se mueven en lo cotidiano y en las cuales lo fortuito cobraba una importancia trascendental.
Como sus compañeros integrantes de la nueva ola, Rohmer provenía del mundo de la crítica (ver sus excelentes escritos sobre Hitchcock o Chaplin entre otros, defendiendo la necesaria política de autores, para reconocerlos como tales) siendo el redactor jefe de la revista Cahiers du cinéma. Cansados de cierta tradición y rutina dentro del cine francés, decidieron apostar por un cine sin ataduras, sin iluminación artificial, con cámara al hombro y casi siempre en localizaciones naturales, con diálogos que contenían dilemas morales y existenciales e inquietudes intelectuales, obteniendo una total libertad tanto narrativa como técnica en el campo de la producción fílmica.
Estos hijos de Roberto Rossellini (en lo cinematográfico) y de André Bazin (en lo teórico), aunque formaban todos parte de la misma corriente, fueron muy distintos entre sí. Si Godard era el desenfreno y lo radical, Rohmer se caracterizaba – no sé si por ser el más mayor- por mostrar todo de forma más gradual y quizás por ello, fue el que tardó más en ser reconocido, pues su estilo era menos impactante y no tan visualmente arrollador como el Truffaut de los inicios de “Jules y Jim” (1962) o el propio Godard.
Rohmer sin lugar a dudas ha sido uno de los cineastas que mejor a retratado en pantalla las relaciones personales y sentimentales, de ahí que muchos lo comparemos al gran Woody Allen, otro cineasta que a parte de compartir la temática de algunas de sus obras, evita las grandes masas y la fama, como el realizador francés.
Rohmer tras su debut con la notable “El signo del león“(1959), la cual tuvo una acogida algo fría, prosiguió con series de peliculas (entre medias también rodaría otra obra capital en su filmografía llamada “Perceval el galo” (1978)) unidas por temáticas, algo muy característico en su obra: Los cuentos morales (que serían un total de seis largometrajes, destacando “La carrera de Suzanne” (1963), la inolvidable “Mi noche con Maud” (1969) con una magnífica fotografía en B/N de Néstor Almendros y “La rodilla de Clara” (1970)), Comedias y proverbios (con un total de seis largometrajes entre los que destacaban “La mujer del aviador” (1981) “Pauline en la playa” (1983) y “El rayo verde” (1986) por la que ganó en Venecia) y finalmente Cuentos de las cuatro estaciones (en donde, para un servidor, destacan todas, pero la más divertida, juvenil y enredosa es sin duda “Cuento de verano” (1996)).
Tras ello, Rohmer hizo cintas de época destacando en la fotografía y en autenticidad de las interpretaciones, como “La inglesa y el duque” (2001) o su obra póstuma “Los amores de Astrée y Céladon” (2007), sin olvidarnos de la notable “Triple agente” (2004), sobre la guerra civil española.
Uno de los mejores cineastas europeos nos ha dejado. Un perfecto radiólogo de las relaciones humanas y sentimentales, sabedor de la importancia del poder de la palabra. Autor sutil y minimalista como pocos. Gran crítico, mejor director. Descanse en paz.
Añadir que no hace demasiado salió editado en dvd por la distribuidora Intermedio, un imprescindible cofre de Rohmer que contenía algunas de sus obras inéditas en video en este país.
Os dejo el enlace para que lo veáis: http://www.zonadvd.com/modules.php?name=News&file=article&sid=24682
Un saludo