El guarda nocturno de la Torre Eiffel finaliza una noche de trabajo y cuando despierta temprano y sale a caminar por la la eterna París, se encuentra una ciudad totalmente vacía; explorándola, comienza a descubrir algunas personas que sin embargo permanecen congeladas en su movimiento. Pasado un tiempo encuentra a un grupo de personas, viajeros procedentes de Marsella que han aterrizado en avión esa mañana. Juntos, prosiguen la vana búsqueda de individuos en movimiento. Parece ser que un científico loco está detrás de todo esto.
Tras la surrealista “Entr’acte” (1924), en “Paris qui dort” René Clair exploró las inumerables posibilidades – tan divertidas como inciertas – que otorga un mundo paralizado, como pueden ser la ociosidad, la total anarquía o la indescriptible libertad que gozan los afortunados personajes que todavía mantienen su condición normal.
Soledad inicial, libertad, angustia, incertidumbre, poder o diversión se dan la mano en este mediometraje de treinta y cinco minutos (aunque las copias que se conservan de ella muestran claras mutilaciones) perfectamente equilibrado y que jamás aburre al espectador en los temas que trata (la figura del hombre solo en una ciudad desierta -algo que fue posteriormente desarrollado por Richard Matheson en “Soy leyenda” aunque desde un lado mucho más siniestro o por Rod Serling en la mítica serie “The twilight zone“, o las inevitables luchas de poder interno entre el grupo de supervivientes, algo visto en mil y una cintas sci-fi a lo largo de los años siguientes, ya sea por amenazas nucleares, experimentos científicos o fenómenos paranormales).
En ese mediometraje de ciencia-ficción encontramos algunas incongruencias en la trama. El rayo lanzado por el científico en teoría se supone que sólo afecta a los humanos y hasta cierta altura, por tanto el protagonista que está en lo alto de la torre Eiffel y la troupe del avión quedan excluidos, pero jamás se explica como es posible que el propio científico no se vea afectado y en cambio si a otros objetos no humanos como los vehículos. Sin embargo, estos pequeños detalles no empañan una obra repleta de magia, encanto y diversión, con una fotografía sensacional en blanco y negro, actuaciones muy físicas y un tanto exageradas (como en todo cine mudo), además de una escena animada explicativa sobre la paralización del mundo. Toda una ciudad congelada en la que sólo los héroes pueden enfrentarse en solitario a la amenaza que se ha cernido sobre ella.
Os dejo con los primeros y sensacionales minutos: