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Escenas: “Bright star” (2009)

Londres, 1818. Un affaire secreto comienza entre el joven poeta inglés de 23 años, John Keats (Ben Whishaw), y su vecina, Fanny Brawne (Abbie Cornish), una extrovertida y elegante estudiante. La atípica pareja empieza mal, él viéndola a ella como una elitista descarada, y ella en absoluto impresionada ni por su poesía ni por la literatura en general. Sin embargo, cuando Fanny descubre que Keats está cuidando de su hermano menor, gravemente enfermo, se ve conmovida y le pide entonces que le enseñe el arte de los versos, a lo que él accede.

La poesía se convierte así en un remedio que funciona no sólo para resolver sus diferencias, sino como combustible de un apasionado romance. A la vez, Fanny deberá hacer frente al escritor, amigo y socio de Keats, Charles Brown, que no parará de poner trabas para que la relación no prospere.

Cuando la alarmada madre de Fanny y la mejor amiga de Keats descubren la relación, ésta ya es imparable. Intensamente y sin remedio, absortos el uno en el otro, los jóvenes amantes se ven llevados por poderosas y nuevas sensaciones. “Me siento como si nos estuviéramos disolviendo“, le escribió Keats. Juntos cabalgaron entonces en una ola de obsesión romántica que no hizo sino hacerse más fuerte a medida que sus problemas crecían.

Jane Campion que ha dirigido siete películas en veinte años divididas en dos grupos diferenciados (historias modernas con cierto aire provocador y dramas románticos de época), logra con “Bright star” su obra más redonda tanto a nivel formal como narrativo.

El film es totalmente sensorial usando la poesía del poeta británico como leit motiv. Esas inmaculadas imágenes que envuelven a la historia, junto a la cadencia de su ritmo hacen de la película un placer de una belleza incuestionable. Esos bosques húmedos llenos de flores, esas miradas bajo los árboles, ese amor puro y sincero o ese entorno gélido tras la pérdida, dejan constancia de que estamos ante una propuesta especialmente dedicada a los amantes de lo preciado y de la poesía. Una historia de amor exquisitamente ejecutada, que une la pasión desgarradora a un formidable ejercicio de contención. Los magníficos versos de John Keats coexisten a la perfección con unas imágenes poderosas, una hermosa fotografía, un cuidado diseño de producción y unas actuaciones en estado de gracia.

Sin embargo en algunos momentos -supongo que debido a un exceso de contención y formalidad-, no posee la fuerza que sí tenía “El piano” (film por lo general sobrevalorado pero que contaba con una factura más que decente y un trabajo musical de Michael Nyman inolvidable) y a la postre le falta algo para llegar a la excelencia, quizás producto de su carácter ligeramente recargado en ciertos instantes. Sólo hacia el tramo final (por su estructura in crescendo) el verdadero drama romántico se intensifica y los instintos pasionales no resultan cohibidos ni secretos.

Como en la mayoría de cintas de la cineasta neozelandesa, la dirección de actores es sensacional y suelen estar interpretadas por una mujer sufridora y con carácter. En este caso el peso de la cinta recae en una inconmensurable Abbie Cornish, la cual (gracias a un personaje pasional tan atormentado como contenido, con una riqueza de matices bestial) ofrece una actuación que confirma que estamos ante una prometedora actriz. Ben Whishaw (visto en “El perfume“) como Keats cumple perfectamente con su función y un brillante Paul Schneider es el encargado de aportar el granito cenizo a la trama.

Os dejo con la elegante escena final de “Bright star“. Un long take en donde una espléndida Abbie Cornish (¿dónde está su nominación al oscar?) recita la poesía de su amado John Keats aguantando como nadie el plano. Un film delicado, exquisito y bello.

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Xavi Darko

Hastiado de los klingons y trolls que proliferaban en mi escuela secundaria, acabé mudándome a Tatooine, un lugar libre de trekkies en donde a pesar de los cansinos Tusken, abundaba el buen tiempo, el mercadeo y las carreras de vainas. La paz y la tranquilidad reinaban hasta que un buen día quedaron quebrantadas por la irrupción de un tipo peculiar cuyo perfil se ajustaba al de los tifosi radicales del AC Milan. Se hacía llamar Darth Maul y entre hostia y hostia me rebeló que era mi padre. Como buen desertor sith, decidí migrar a un planeta verde y fértil llamado Endor del cual fui posteriormente desterrado debido al incendio masivo de cabañas de unos cada día más insoportables ewoks. Sin ganas de más mamoneo intergaláctico, decidí volver al mundo real y escribir sobre cine, tanto del que adoro como del que aborrezco. Cuando me jubile espero vivir en Hill Valley y escribir críticas positivas de las cintas de Uwe Boll.

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