En esta historia ambientada en Tokio durante la era Meiji, la joven Ochô (Reiko Ike), jugadora experta y carterista, ansía vengarse de los tres yakuzas que mataron a su padre cuando ella era una niña. Esta pickpocket tatuada ha basado toda su vida en la venganza y no dejará que nada ni nadie se lo impida, aunque sólo tenga tres cartas ensangrentadas (ciervo, jabalí y mariposa) como única pista para encontrar a los culpables.
Primera entrega de las aventuras sanguinoeróticas de Inoshika Ochô repleta de personajes extravagantes, amores imposibles (el anarquista y la espía inglesa encarnada por Christina Lindberg, una habitual del sexploitation europeo), luchas de espadas con litros de ketchup, erotismo explícito, momentos de humor para el olvido, duelos de póker entre femme fatales, monjas con navajas, sadomasoquismo, bondage, latigazos ante la cruz de Jesús, diversas violaciones y elixires que convierten a las vírgenes en ninfómanas o que son peligrosos venenos de origen alemán. Desde luego con este cocktail explosivo, si os gusta el cine trash, lo underground, la serie B, la sangre y los desnudos, no os decepcionará.
“Sex and fury” (1973) destaca por su extrema estilización en las escenas de lucha (todas ellas asombrosas para un título de estas características), por el uso que hace del color (predominando el rojo y algunos tonos apagados), por un montaje acertado y dinámico en un 70% del metraje (atención al duelo de póker, una escena al más puro estilo Sergio Leone), por su memorable repertorio musical (efectos sonoros incluidos) y sobre todo por no tomarse nunca en serio a sí misma (todo resulta caótico, desenfadado y sumamente divertido).
Deudora de la célebre “Lady Snowblood” (Toshiya Fujita, 1973) aunque bajo el filtro sexploitation, en el film de Norifumi Suzuki (cineasta con una filmografía altamente freak), como es costumbre dentro del género, subyace una mirada claramente feminista (dentro de un mundo machista en extremo) tras la historia de venganza. Y es que los hombres son presentados como pervertidos desalmados que disfrutan violando a mujeres, asesinando a aquellos que no comparten su ideología y alardeando de su constante infidelidad a sus esposas, a excepción de los que forman parte de la resistencia (en este caso, representados por el anarquista enamorado). Mientras las mujeres son eficaces y muy retorcidas a la hora de matar, los hombres (buenos) suelen ser torpes y sus métodos ridículos y excesivamente viscerales.
Aunque el film (gracias a Dios) se distancie del típico trash erótico en donde la historia es lo de menos y sólo importa contar el número de desnudos que aparecen en pantalla, es cierto que en algunos momentos la película peca de erotismo gratuito algo chirriante con alguna que otra escena retorcida (responsables de que el ritmo se resienta) lo cual unido a unas actuaciones por lo general deplorables -con la sueca Christina Lindberg a la cabeza (a excepción de Reiko Ike, la única actriz con carisma)- le hacen bajar enteros. Comentar también que el film tuvo una secuela llamada “Female Yakuza Tale: Inquisition and Torture“, rodada ese mismo año y dirigida por Teruo Ishii, en donde Ochô se ve involucrada en una trama de tráfico de drogas, cuando investiga una serie de misteriosos asesinatos de mujeres en Tokio. Pronto se dará cuenta de que detrás de ellos hay un grupo yakuza que explota mujeres obligándolas a transportar la droga en sus vaginas.
La escena que os adjunto es una auténtica maravilla y sirvió (junto a la mítica catarsis final llena de sangre al ritmo de Jimmy Hendrix) de inspiración para Quentin Tarantino y su “Kill Bill Vol. 1“. De hecho, hasta el tema que suena en la escena que podréis ver a continuación, fue recuperado en forma de sentido homenaje en el citado film. La secuencia es un ejemplo de estudiada planificación, dotada de una cuidadísima estética y de unas coreografías que consiguen transformar una simple lucha en una danza de muerte al son de la katana ensangrentada. El movimiento de los cuerpos y la belleza que otorga a la escena ese ralentí la convierten en casi una postal pictórica sobre la venganza en donde coexisten chorros de hemoglobina, amputaciones y sensualidad (la figura perfecta de Ochô bajo la nieve).
Un pinku eiga divertido, radical y pasadísimo de vueltas que hará las delicias de los fans del cine asiático sin pretensiones. Aunque pueda parecer un título menor o de poco interés, sólo por su delirante uso del color, su tono kitsch, su psicodélica apuesta por lo excesivo, sus pintorescos personajes y su estilizada realización en ciertos momentos, merece la pena el visionado.